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sábado, 16 de junio de 2007

Confesiones/el cantante de la voz profunda




Entrevista realizada el:

Domingo, 5 de junio de 2005


CONFESIONES/ EL CANTANTE DE LA VOZ PROFUNDA
Tom Jones
65 años de seductor, sentado en el moderno bar de Nueva York donde cita al periodista, Tom Jones parece un felino al acecho. Cuando comenzó a cantar en los años 60 era el rey del sexo. Hoy sigue desplegando todas sus armas de seducción. Actuaba entonces en pequeños “pubs” para los obreros de Gales y a sus 65 años, que cumple el próximo martes, conserva el atractivo que le convirtió en una gran estrella. En una charla íntima revela cómo se ganó la admiración de los mafiosos ante los que cantaba en los casinos de Las Vegas con Frank Sinatra y la amistad incondicional que mantuvo con su admirado Elvis Presley, junto al que interpretaba temas en privado.
Cuando yo era niño, en los años 60, Tom Jones era el cantante de música pop más importante del mundo. Aun más, era el sexo. Yo no sabía entonces qué era el sexo, pero sí que se trataba de algo muy importante y que Tom Jones era el rey del sexo, porque las mujeres le lanzaban bragas. La única ropa interior que me lanzaban a mí era la mía, que mi propia madre me lanzaba, molesta, porque yo la había dejado tirada en algún lugar de la casa.
En los años 60, en Inglaterra se estaba produciendo la increíble revolución del rock and roll, que estaba cambiando la forma de vida, y ahí estaba Tom Jones. Más de 40 años después de su primer y más importante éxito, It’s Not Unusual, y de numerosos discos y colecciones de éxitos posteriores, Tom Jones sigue ahí, con energía, aunque se acerca a la edad de jubilación (celebrará su 65 cumpleaños el 7 de junio). Dondequiera que va, siempre consigue un lleno. La mitad de sus seguidores son jóvenes, y no necesariamente los hijos de la otra mitad.
La estrella se sienta delante de mí en el bar de un moderno hotel de Nueva York, donde la luz fría de las últimas horas de la tarde nos envuelve como un chal. Una mata de pelo rizado aún le cubre la cabeza como una aureola negra, aunque ahora una barba estilo Van Dyck, muy de moda, le resalta los ángulos de la cara, otorgándole un aspecto malicioso. Cuando sonríe sus ojos bailan. Cuando no sonríe parece distante, en guardia. También parece sorprendentemente más joven de lo que es, lo que no parece consecuencia de la cirugía plástica, sino, al menos eso sospecho, de que disfruta mucho de la vida.
Lleva vaqueros y un jersey negro de cuello vuelto debajo de una chaqueta de cuero negra y algo rígida, y está sentado como un león que no sabe si devorarte o si echarse a dormir. Lo que no significa que sea agresivo o aburrido, sino que exhibe la gracia y el poder de los grandes felinos, sentado con el porte real del hombre que considera cualquier silla su trono. También se le ve en buena forma, con hombros anchos y un pecho fornido. Habla con claridad, y su voz sigue siendo profunda, con la cadencia musical del acento galés.
Aún se considera, por supuesto, representante de la gran tradición de los vocalistas de su país. "En Gales hay coros, especialmente de hombres, en los que muchos de mis primos cantaban", dice. "Los tenores galeses tienen una típica voz profunda, de las que revientan los cristales. Quizá se deba en parte a que cantar es la forma más barata de hacer música. No hacen falta instrumentos".
Cuando comenzó su carrera en los clubes, le comentaban que cantaba como los negros y luego, cuando se emitieron sus temas en la radio, la gente pensaba que era negro. En Estados Unidos se presentó en emisoras de radio para el público negro. "Escuchaba la BBC a finales de los 40, principios de los 50, cuando era niño", explica. "Y cada vez que tocaban una canción de blues o de gospel, me preguntaba qué era eso. La música se me pegaba. No sabía por qué, simplemente me gustaba. En el colegio, cuando cantaba el Padrenuestro, el maestro me decía: ¿por qué lo cantas como un espiritual negro? No conocía el término; era muy joven, tendría siete, ocho años. A mí me resultaba natural cantar así".
Cuando Jones comenzó a actuar con una banda en pubs y clubes de obreros, tocaba la guitarra acústica y cantaba. El grupo tenía una sección rítmica, pero él estaba limitado por lo que podía tocar en la guitarra. Un viernes por la noche, la noche de los chicos —"los sábados se salía de noche con las chicas, pero el viernes era algo sagrado salir con los colegas"—, estaba tomando copas con un amigo, Tommy Redman, el bajo de una banda local con cierto renombre, llamada Tony Scott y Los Senators. Redman le dijo a Jones que el cantante no se había presentado para un bolo , y le pidió que ocupara su lugar. Tom no tenía mucho interés. "Tommy, por favor", le rogó Redman, quien le aseguró que se las arreglaría para introducir subrepticiamente unas cervezas en la sala, lo cual estaba prohibido en el local donde iban a actuar.
Así es que Jones aceptó, dejó a sus amigos detrás del escenario con algunas cervezas, y cantó temas de Elvis y de Jerry Lee Lewis. Al final de la noche llegó a la conclusión de que eso era lo que quería hacer, que no quería volver a tocar la guitarra acústica. Había descubierto su vocación y la banda su cantante.
Luego consiguió trabajos en la zona, porque lo conocían en los clubes, pero a menudo los dueños se echaban para atrás, gritándoles "os pagaré por no cantar", cuando se presentaba con Los Senators y veían las guitarras eléctricas y los amplificadores. "Los dueños de los locales le pagaban a la gente para que no tocara. Tenían que cumplir el contrato pero no querían escuchar este tipo de música. Tan pronto nos veían, me decían: ‘¡Oh, por Dios, no, rock and roll. Tommy, por favor...’. Yo les contestaba: ‘Esperad un momento. Comencemos el espectáculo. Después de un rato, si tocamos tres o cuatro canciones y a la gente no le gusta, entonces vale’. Y en lugar de ‘os pago para que no toquéis’, empezamos a oír: ‘¿Crees que podremos permanecer abiertos hasta más tarde si pedimos permiso a la Policía?’. Así es que iniciamos en el rock a los obreros de los clubes de Gales. No lo habían escuchado hasta entonces".
Los Senators se hicieron famosos en Gales. Una noche, Gordon Mills, que tocaba la armónica, vio actuar a Jones y le dijo que debía ir a Londres, donde sería su manager. Cuando llegó a la capital inglesa en 1964, la ciudad aún estaba surgiendo de la crisálida del ambiente serio y formal de la posguerra y se estaba convirtiendo lentamente en el Londres marchoso, artístico y liberado que iba a cambiar el mundo. Sin embargo, Jones tuvo que hacer las improductivas y frustrantes rondas por las compañías de grabación y vivir del escaso salario mientras esperaba una oportunidad. Tom estaba casado y tenía un hijo. Había dejado a su novia de 16 años embarazada cuando él tenía 17. Su esposa, Melinda Trenchard, y su hijo, Mark, tuvieron que quedarse en Gales. Un par de semanas antes de que Mills le trajera It’s Not Unusual, se encontraba en el andén del metro de Londres mirando un tren que se acercaba y pensó lo fácil que sería poner fin a todo. Había editado su primer sencillo, Chills and Fever, un fracaso, y su mujer tenía que trabajar en una fábrica porque no era capaz de mantener a su familia.
"En una fracción de segundo pensé: a la mierda, si sólo doy un paso todo terminará. Me sentía muy deprimido porque no sabía qué hacer. No quería volver a Gales sin haberme probado. No estaba ganando dinero. Pero otras ideas me pasaron por la mente. ¿Qué será de tu mujer? ¿Qué será de tu hijo?".
En esos días grababa maquetas para ganar algo de dinero, interpretaba temas que los compositores luego mostraban a cantantes más reconocidos. Mills había escrito It’s Not Unusual con otro autor, Les Reed, que ya tenía un par de temas que habían alcanzado el número uno en las listas de éxitos. Tom y la banda lo interpretaron. Pero cuando Jones escuchó su interpretación en el estudio, dijo: "Esta canción tiene que ser mía". Mills contestó que no, que él era un cantante de rock, y que se trataba de un tema de música pop. "No me importa cómo la llames, tiene que ser para mí", le contestó, amenazando con marcharse de vuelta a Gales si no le permitían grabarla. Finalmente lo consiguió.
El éxito. Al cabo de unas semanas, el tema alcanzaba el número uno en las listas. Aunque, al principio, la BBC se negó a emitirlo: alguien había visto actuar a Jones y había pensado que era demasiado provocativo. De repente, era una gran estrella, acontecimiento que le cogió por sorpresa. "En aquel entonces participaba en una gira colectiva con un montón de bandas y no sabía que It’s Not Unusual estaba subiendo tan rápidamente en la lista. De manera que entre una y otra función me acerqué al pub a tomar una empanada y una pinta de cerveza. Fuera había unas chicas gritando. Pensé que habían venido a ver a una de las bandas del programa, pero la verdad es que todas habían vuelto al teatro. Seguramente las chicas creían que aún se encontraban los músicos en el pub. Así es que salgo, me dirijo directamente a la multitud, con la empanada en la mano. Y las chicas comienzan a gritar y se me echan encima. Me arrancaron todo. Llevaba una gabardina, la primera gabardina decente que jamás había comprado, y me la hicieron jirones... Tuve que echar a correr hacia el teatro".
¿Cómo comenzó la cuestión de las bragas? "Fue en 1968. Me contrataron para actuar en el Copacabana de Nueva York. Un promotor estadounidense me había visto en Londres y me preguntó si me gustaría cantar en el Copacabana. Yo le dije: ‘¿América? Sí, ¿por qué no?’. Era un club sin escenario; tenía que cantar en el suelo, al mismo nivel que el público. Cuando canto sudo mucho, así es que había unas mujeres que me pasaban servilletas. Yo me secaba con ellas y se las devolvía. De repente, una de ellas se pone de pie, se levanta el vestido y se quita las bragas. Cuando actúas en garitos aprendes a aprovechar lo mejor posible estos momentos. No hay que ofenderse. De modo que le digo: ‘Cuidado, no pilles un resfriado’. De pronto lo vi escrito en los periódicos, y a partir de entonces me lanzaban bragas en todas partes".
A su primera serie de éxitos siguió otra, mientras su fama iba en aumento. Continuó actuando en el legendario Copacabana y, por supuesto, en Las Vegas, donde trabó amistad con Sinatra y Elvis. Le gustó mucho a la mafia, lo que —hay que reconocerlo— es mucho mejor que si hubiera ocurrido lo contrario. En Las Vegas, Jones y Sinatra cantaban en el Caesar’s Palace, donde atraían a muchos jugadores y a mafiosos. "Frank mismo me lo dijo: ‘Sabes, tenemos todo bien atado. Cuando no estamos aquí, podrían disparar cañones desde los escenarios pues no matarían a nadie en una sala vacía’. Siempre pensé que me parecía más a Elvis Presley, pero en Las Vegas estaba más cerca de Sinatra en lo que respecta a la gente que atraíamos".
Elvis pensaba que Tom era el mejor cantante del mundo, y a veces subía al escenario cuando actuaba para decírselo al público. También eran grandes amigos, y a menudo cantaban juntos, aunque en privado. En una ocasión en que Jones estaba de gira en Hawai, Elvis, que se encontraba allí de vacaciones, lo invitó a su casa. Cuando se presentó, Elvis no estaba porque, al darse cuenta de que no había guitarras en la casa, había salido a comprar dos. Entró en la primera tienda que encontró y dejó estupefacto al dependiente cuando le dijo: "Tom Jones viene a casa hoy y necesito un par de guitarras".
En noviembre de 2004, le vi actuar en Nueva York. Ofreció el típico espectáculo de artista consumado. Nadie se sentó, todos aplaudieron, aunque reservaron sus ovaciones más sonoras para los temas clásicos: It’s Not Unusual, What’s New Pussycat?, Green, Green Grass of Home y, especialmente, Delilah. Y se lanzaron bragas. Un montón de bragas.
Después del espectáculo, me invitó a cenar en un garito pretencioso del centro, un restaurante italiano en la turística calle de Mulberry. El dueño, Frankie C, un tipo que respondía a esta inicial con naturalidad, como si hubiera olvidado ya su propio apellido, saludó a la estrella afectuosamente. Se conocen desde hace mucho tiempo. Frankie C nos contó que cuando pasaba su luna de miel en Las Vegas, su mujer vio al cantante caminando por el casino y, excitada, se lo señaló. "Yo lo conozco", dijo Frankie, antes de ir tras él para presentárselo a su mujer. Ella quería su autógrafo. Tom buscó un trozo de papel, pero la mujer lo miró afligida, y se desabotonó la blusa. "Quería que le firmara en un pecho", exclamó Frankie entre carcajadas. "Y así lo hizo", dijo encogiéndose de hombros.
Un par de días más tarde, en la suite del rascacielos donde se alojaba, le pedí que me explicara el motivo de su atractivo. "Es mi voz, tiene que ser eso". "¿No le sorprende seguir teniendo tanto atractivo sexual tras una carrera de 40 años?". "Bueno, sí, no sabía cómo iba a encontrarme a esta edad. Ni siquiera sabía si iba a vivir tanto. Si uno no pierde su carácter, si sigue siendo la misma persona... Porque mi imagen ha sido natural. Sabes, es una imagen muy... (Se golpea con el puño para subrayar lo que dice). Te pega de forma directa en la cara, y siempre ha sido así". Precisamente ha sido su único hijo y su manager desde 1986, Mark, quien se ha ocupado de rejuvenecer esa imagen y adaptarla a los nuevos tiempos, manteniendo y reforzando si cabe toda su carga sexual.
Al parecer, no es ningún secreto que tiene un matrimonio abierto... Lleva casado con Melinda 48 años. "Bueno, no es realmente abierto", aclara. "Eso le parece a algunas personas, pero no es así. No suelo hablar de ello. Mi esposa es una persona muy reservada y yo respeto su intimidad. Sí quiero decir una cosa, y es que la ausencia aumenta el cariño. No estamos juntos todo el tiempo. Alguna gente lo está, y surgen frustraciones. Mi esposa suele decir que somos amigos íntimos. Y tenemos nuestra propia historia".
¿Y el lugar más extraño en el que ha actuado? "Fue en Talk of the Town, en Londres. Me dijeron que una convención de hombres había comprado todas las entradas. ‘Pero habrá mujeres en el público, ¿no?’, dije. Pero no era así. Me resultó extraño salir a un escenario y ver el lugar lleno de hombres, pero al final fue un buen espectáculo. Les pareció maravilloso". "Aunque esta vez no lanzaron bragas, ¿no?". "No, no hubo bragas".
Bob Guccione es crítico musical estadounidense.

A España le gusta Mr. Jonespor Pablo GilA este lado del Muro de Berlín, Tom Jones provocó un colosal terremoto a mediados de los años 60, que incluso llegó a la España del aperturismo y Palomares. Armado con un hirsuto “pecholobo”, unos bíceps como jamones, una garganta que parecía la mina en la que trabajaba la mitad de su familia y una inmejorable leyenda de promiscuo, el cantante galés desembarcó en los “comediscos” hispanos para amenizar guateques y hasta inspirar a simpáticos imitadores, como Bruno Lomas, que tradujo con éxito el inmortal “It’s Not Unusual” por “No es nada extraño” (en 1987, la Orquesta Mondragón hizo lo propio con “Delilah”). El impacto del aguerrido y joven Jones fue enorme gracias a otros temas, lo más facilón de su repertorio, como “What’s New Pussycat?”, hasta que su estrella se difuminó con los 70, limitando su reinado a los casinos de Las Vegas.
Su resurrección mundial, en 1988, gracias a su vigorosa interpretación del “Kiss” de Prince, le ganó el cariño de una nueva generación de “fans” (acaso el más conocido fue Carlton Banks, el primo de Will Smith en la serie “El Príncipe de Bel Air”), aunque en España este renovado interés no se produjo realmente hasta el álbum de dúos “Reload”, de 1999, continuado luego por aquel “Sex Bomb” de 2002. Desde entonces, el ya sexagenario “showman” nos ha visitado con asiduidad y tremendo éxito de público, con espectáculos tan entretenidos como sorprendentes: no sólo despliega su portentoso chorro de voz con enorme dignidad, sino que su movimiento de caderas aún provoca alguna que otra lluvia de lencería desde las primeras filas.
Video del preciso momento en que los Reyes de Inglaterra
nombraron Sir a Tom Jones.
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